jueves, 17 de agosto de 2023

Trinca

Es un tema recurrente en este blog (como los hiatos de varios años) que el panorama comiquero patrio del siglo pasado padece de una hegemonía de la escuela Bruguera. Que no es que sea una mala escuela, pero es una escuela, lo cual a mí ya me trae malos recuerdos. En una escena tan monopolizada, cualquiera que se saliera del patrón de los personajes con rima, el sapristi y el caerse hacia atrás haciendo catacróker destacaba, a su manera. Lo bastante para merecer un post, al menos.


Trinca es, toda ella, una revista de relleno, un jugoso tropezón en el potaje historietil del kiosco retardofranquista. Quincenario juvenil publicado entre 1970 y 1973, subsistió durante 65 números. Los diez primeros aparecieron por mi casa años después en forma de tomo recopilatorio, que mi yo infantil hojeaba con algo de interés, bastante curiosidad, y confusión ante la ausencia de contenido sobre La Trinca, grupo de canción satírica de Canet de Mar que por entonces me hacía mucha más gracia. No tenían nada que ver. Trinca, publicada por la editorial Doncel (a su vez fundada por el antiguo Frente de Juventudes de la Falange), no se metía en política. Ejem, ejem. Ay. Qué tos más tonta, así de pronto.

Un editorial de la propia revista, que no escatimaba texto precisamente, arroja algo de luz sobre este tema controvertido:


Si no veis la imagen de arriba, es un mazacote de texto que no me apetece transcribir, titulado "Una revista para Europa", y del que destacaría dos frases: 1) "A todos nos une una condición superior que se denomina hombre (homo sapiens)", y 2) "Amemos a España". Globalismo y ombliguismo, todo a la vez. Mirar para fuera, sí, pero con una mano siempre dentro del pantalón. Resumen perfecto de una década y de un progresismo que lo abarcaba todo: desde la revolución del proletariado al conservador que pensaba "ojalá poder votar, para que el amado líder se sienta más validado". Pues ahí, exactamente en ese espectro de trescientos pársecs que cubre el "progresismo" de 1970, ahí estaba Trinca. Con sus historietas de jóvenes liberales y del Cid, con sus artículos sobre Thailandia y el Camino de Santiago, con sus anuncios de libros y de carabinas.

Creo que hay una lección a extraer de todo esto, pero prefiero empezar a subir historietas, que tengo muchas y me estoy haciendo los comentarios encima.

Quizá la serie insignia, Trinca, de Sánchez Pascual y César Guirado, sintetice mejor que nadie el etos de la revista. Sus protagonistas (indiscernibles) son tres estudiantes cosmopolitas de Madrid, valga el oxímoron; sus aventuras (en el sentido muy amplio) nos hablan del peligro de las drongas, la importancia del deporte o la diferencia entre libertad y libertinaje. Su estilo gráfico, también, es representativo de la revista: todo el dinamismo que muestra la composición de página lo pierden los personajes, todos guapos que nunca abren la boca. Es sin duda la serie con el mensaje menos subliminal, prácticamente un editorial en viñetas que pugna por reconciliar el espíritu aventurero de la juventud melenuda con el miedo a todo del extremo centro. 

En sus momentos de mayor candidez, sin embargo, tiene algo de entrañable. Esta historieta, de peque, me fascinaba:

Las cartas de los lectores, sin embargo, dejan constancia de que Trinca no era la serie favorita del público. Quizá lo fue esta:




Los Guerrilleros es una serie episódica con guión de José María Echevarría "Andrade" y dibujo de Joan Bernet Toledano (1924-2009) (hermano de Miquel Bernet "Jorge", creador de Doña Urraca, a su vez padre de Jordi Bernet, de Clara de Noche). Mucho que comentar en estas cuatro primeras páginas que diestramente nos presentan ya a nuestros cuatro héroes: pastor, montero, cura, y enmascarado con tremendos problemas para integrarse al ser la única persona sin narizota de España y Francia. Por ejemplo, la nota al pie: "pronúnciese con cierto tono gangoso, al estilo francés", o el pseudónimo del guionista, parecido al que usó Franco cuando escribió Raza (¿homenaje, parodia? ¿Quiero saberlo?). Pero lo más interesante es el tono general de la obra: la mezcla de comedia y aventura, con un motif de astucia rústica contra invasores sofisticados que recuerda a Astérix; el humor blanco con un punto de slapstick tontuno, a lo Bruguera, pero con más tensión argumental y dibujo más elaborado, todo enmarcado en un episodio conocido de la historia de España.

Lo del motivo histórico, de hecho, era el punto fuerte de cualquier propuesta que llevases a los editores de Trinca. Ejemplos: El Cid, de Antonio Hernández Palacios (1921-2000).

Don Cirilo y Sanchón, dos quijotes con tesón, de Fabo (n. 1942).

Héctor (adalid de almogávares), con guion de Fernando M. Sesén (1923-1974), dibujos de Chiqui (José Luis De la Fuente, 1933-1992).

El lector con uno o más ojos en la cara habrá notado la diversidad de estilos: una vez más, ese afán de Trinca por cubrir un espectro amplísimo de gustos estéticos y de definiciones de "moderno". Trinca se dirigía a dos lectores de cómic: el fan del humor brugueriano tradicional (más presente en Los guerrilleros) y el cómic de género artísticamente más ambicioso, de influencia extranjera, que ya se había probado con poco éxito en revistas anteriores, como Gaceta Junior

En ambos polos de ese espectro aparecen cosas interesantes. En el humorístico, surgen firmas ya familiares en este blog, como Rojas (Don Percebe y Basilio, Aníbal), aquí con su personaje Hippy Fardón, el "how do you do fellow kids" de la escuela Bruguera.

O Gabi (1922-1985) y su Sherlock López, personaje que debutó en Flechas y Pelayos y terminó de relleno en el Mortadelo o Zipi y Zape de turno.  

O, ¿por qué no?, un poco del Jan pre-Superlópez con El último vampiro. (Si no hubiera firmado la página, creo que los anuncios en la cabina telefónica bastarían para reconocerle.)

Mientras que en el otro extremo, el del cómic de género, vemos cosas de una riqueza gráfica que rara vez ofrecían las páginas del cómic serio al final del Mortadelo. Pónganse las gafas; vienen banquetes visuales para los que el lector de Olés no está preparado.

Western: Manos Kelly (de nuevo Hernández Palacios):


Espada y brujería: Kronan, de Jaime Brocal Remohí (1936-2002): por si creíais que el "Tronak el Kárbaro" de Juan López era un derivado demasiado obvio:

Novela adaptada: El libro de la selva, de Juan Arranz (1932):

Bélico: Oliver, de Chiqui.

Ciencia-ficción: Haxtur, de Víctor de la Fuente (hermano de Chiqui, por cierto).

Mención especial en ciencia-ficción: Andrómeda, de Francisco Guinovart (1946). Técnica mixta con tremendo abuso de la plantilla de circunferencias. Juro que estas dos páginas incomprensibles son perfectamente representativas de toda la serie. Recuerdo leer esto de pequeño esforzándome muchísimo, y no entender nada. (Ahora tampoco entiendo nada, pero estoy muy a favor de hacer cosas que no se entienden.)

Mención especial al flipamiento ilustrado: Peter Petrake, de Miguel Calatayud (1942). Posiblemente lo más memorable que salió nunca de Trinca, y top 10 de cosas más locas del cómic español éver. Pura ambrosía pop. Cuelgo una historia completa porque no sabría decidir qué parte de estas seis páginas me fascina más: el combo rotulación manual + efectos de sonido impresos, la cinética de los puñetazos, las bacterias, los perros, los perfiles, el coro de bomberos... ¡Qué década, los setenta! Imagínate ir a una revista de cómics con un portafolio que dice "la peli de Yellow Submarine me cambió la vida", y salir con empleo.



Mención especial porque es compañero de El Jueves y mola mucho: Ventura y Nieto, dos de los talentos más versátiles del cómic español (1947 & 1947-1995). Ambos adquieren gran peso rellenador en Trinca hacia la segunda mitad de su trayectoria, tanto en el apartado humorístico como en el serio. Estas páginas pertenecen a la historia titulada ¿Cuál es la conquista del universo?

Mención especial por ser la única autora que he encontrado en la revista: Begoña (quizá Begoña Esteban; su ficha en Tebeosfera es más bien lacónica).


Y mención especial por tener protagonista femenina y entenderse, a diferencia de Andrómeda: Ana, de José Bielsa (1931). 


Hay muchísimo más material, pero quiero dejarlo aquí porque Ana, como la serie titular, resume bien todo lo que hacía de Trinca una revista tan diferente de las que aparecen por este blog: más ambición estética, menos condescendencia, y un intento de reflejar de verdad el mundo en el que la revista salió. En el universo Bruguera, el tiempo apenas existe; la levita de Mortadelo (que ya era cómicamente vieja en 1958) es imperecedera; los gags de Conti en los 40 y los 80 son intercambiables. Trinca fue muchísimo más efímera (cuatro años apenas), pero vivió el momento. Quería vivirlo. Por eso apostaba por Europa, y por el espacio y por el delirio gráfico de Peter Petrake, aunque luego también se encandilara con el Cid y los almogávares. Soñó, creo, hasta donde podía soñar una redacción madrileña con apoyo institucional en 1970. No todo lo que refleja Trinca es bonito, pero es real, fiel a los anhelos y los miedos de su generación.

Y joder, visualmente era la caña. Sólo por eso, vale la pena salir del Mortadelo de vez en cuando.

sábado, 5 de agosto de 2023

Ibáñez y tal

Ah, vale, ahora recuerdo por qué había reabierto un blog que llevaba enterrado desde que mandaba Obama. Que se ha muerto Ibáñez, tú. 

Ibáñez, by Ibáñez. No tengo los derechos
de esta imagen. Bienvenidos a mi blog.

Se ha escrito muchísimo estos días sobre el legado de Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936–2023). Incluso yo he escrito sobre ello. Y no hay precisamente manifestaciones exigiéndome que añada más a la pila, pero qué demonios: nadie pidió nada de lo que he escrito en este blog en diez años, y lo escribí igual. En realidad, el reto al hablar de F. Ibáñez no es encontrar algo nuevo que decir ahora que ha muerto: es hacerse oír por encima de las toneladas de alabanzas vacías y superficiales que se le dedicaron mientras vivía, normalmente por parte de medios generalistas que, cuando tocaba hablar de él una vez al año con motivo del Saló, sacaban el tema en la tertulia con los cuatro todólogos de guardia (porque dios nos libre de tratar el cómic como una disciplina seria que requiera expertos), y todos decían lo de "bueno, Ibáñez... el maestro... qué decir, ¿no?", tirando del recuerdo de un álbum Olé que leyeron con ocho años y la boca llena de Nocilla. Ajenos a todo lo que Ibáñez hizo en las últimas tres o cuatro décadas, época de pocas luces y muchas sombras (el estancamiento, los escándalos, la decadencia innegable) que se ha analizado sólo desde blogs de expertos nunca lo bastante reconocidos (Corra, jefe, corra, En todo el colodrillo) resonando en círculos muy pequeños e ignorados por el mainstream

Y ahora que lo pienso, esto es un blog muy poco reconocido y a años luz del mainstream. Así que igual sí estoy cualificado para hablar de Ibáñez.

*

'Mortadelo' n. 131 (1973)
'En marcha el Mundial 82' (1981)
A ver, empezaré por las luces, porque luego todo son acusaciones de iconoclastia y parricidio literario: en un día bueno, Francisco Ibáñez era un genio. Esto es así. Dibujo de traca (v. portadas de la revista Mortadelo, las del gag de la "o"), guion de ritmo increíble (lo más cercano que has visto a Looney Tunes en papel), y humor descacharrante. Personalmente creo que se exagera su papel como satirista (Mortadelo y Filemón son tanto una parodia del género de espías como el Coyote y el Correcaminos lo son de National Geographic), pero fue un grandísimo satirista, de una acidez insólita en Bruguera y por tanto en el siglo XX (v. En marcha el Mundial 82 para una dosis memorable). 

Y en cuanto a evolución: sí, ha habido valles, y hasta fosas abisales, pero a mi juicio hubo también al menos tres picos: narices puntiagudas (c. 1961), el dibujo súper currado de los dos primeros largos (1969), y una época bastante más difusa pero que para mí abarca hasta la primera aparición de Chicha, Tato y Clodoveo (1986), donde Ibáñez inicia un proyecto nuevo y se le ve con muchísimas ganas. Quizá haga un post sobre ello algún día. Quizá no.

Dibujo, ritmo, humor, mensaje, y evolución: en una época u otra, sobresalió en las cinco cosas. A ningún otro dibujante de cómics de su época se le pedían siquiera las cinco. Con dos o tres ya tenías curro pa toda la vida. Así que sí: en un día bueno (y 65 años de MyF dieron para muchos días buenos) Ibáñez era el mejor.

Época de las narices puntiagudas (c.1961)
'Valor... ¡y al toro!' (1970)

Y ahora, las sombras. A partir de la fundación de la revista Mortadelo (si no antes), Ibáñez se convierte en campeón de su editorial, en su símbolo y estandarte. Ibáñez es Bruguera, y Bruguera es Ibáñez. Para bien, y para mal. Y con "para mal" quiero decir que todas las malas prácticas que Bruguera empieza y Ediciones B continúa, Ibáñez las va haciendo suyas: la repetición de gags hasta el hartazgo, la caricatura racista/homófoba más imperdonable a cada año que pasa (again: 65 años), el uso de ectógrafos (ectógrafo es un neologismo que propongo como traducción directa del inglés ghostwriter, para no decir "negro"), el ninguneo a los colaboradores (Juan Manuel Muñoz, el caso más flagrante) y la desconexión absoluta del resto del cómic español. Por no decir de la cultura global. Y hay más sombras, lo sé. Contadme lo de los plagios en los comentarios, por favor, que no lo he oído nunca.

Escribe Vilches: "Atado a unos personajes agotados pero que eran todo lo que el público parecía querer de él". Lo suscribo, igual que todo el artículo, que me parece el panegírico más acertado de estos días, pero me pregunto: ¿era el público quien lo quería así? ¿O el editor? El pobre señor B, que apenas había superado lo de que Jan dejase Superlópez, y ahora se le muere el único otro historietista del que ha oído hablar en su puta vida. Vaya racha. 

*

Tiene poco sentido que un blog titulado "Soy un autor de relleno" hable de Francisco Ibáñez, que era justamente el autor titular. El tío por el que comprabas la revista, entre cuyas páginas asomaban Raf, Rovira, Schmidt, Figueras, Jiaser, Tran, Gosset, Enrich, Jan, Esegé, Marco, Maikel, RojasMiguel, Cera, Ramis, March... Pero es un hecho que todos ellos le deben muchísimo al papá de Mortadelo y Filemón. Quizá no todos abrazaron su influencia con las mismas ganas. Pero sin el genio de Ibáñez, y sobre todo, sin el declive de Ibáñez, no existiría este blog. Porque yo (como muchos) crecí con Mortadelos viejos, muchos años, pero cuando empecé a bajar al kiosco por mi propio pie lo que me encontré fue la época negra de El rescate botarate y El premio no-vel, y ese eclipse es lo que me ayudó a ver el brillo de los autores de relleno.

Y ahora Ibáñez ha muerto, ha caído el árbol que no dejaba ver el bosque. Y parece un buen momento para hablar de esos brotes que crecieron a su sombra, pugnando por ver la luz, por ser ellos mismos, esperando merecer alguna mención antes que la necrológica. Parece buen momento, sí. Pero ahora no toca. Porque Ibáñez y tal.

viernes, 4 de agosto de 2023

Publicidad


A mí en serio me cuesta entender que al target de la misma revista (Mortadelo, 1974) al que se dirigían anuncios de cromos con el mensaje "pídelos a tu mamá" se le urgiera también a matricularse en el Instituto Americano, en plan "venga, niño, que lo tuyo por lo mío tienes ya doce años y aún no eres mecánico de helicópteros". No sé. Uno de los dos anuncios me pillaría un poco de sopetón mientras estoy leyendo "La Abuelita Paz".

Pero bueno, también es verdad que trabajo en una revista que la última vez que contuvo anuncios eran de tonos de llamada para que tu Nokia 3310 suene con el Bring Me to Life de Evanescence, así que qué sabré yo de márketing.

Ah, ¿que hace siete años que no actualizaba este blog? Pues fíjate.




martes, 30 de agosto de 2016

Jan es nuestro Bill Watterson

Reconozco que el titular es irritante, sobre todo por el posesivo "nuestro", que suena a ese complejo chovinista de necesitar un homólogo local para cada logro extranjero. Pero no van por ahí los tiros. Es mi forma de justificar por qué, en el país de los autores de relleno, Jan es el rey.


Empiezo por el caso más célebre: Todos conoceréis a Bill Watterson (Washington, 1958). Es el creador de Calvin & Hobbes y probablemente uno de los... voy a decir 10 artistas de cómic más grandes del mundo, éver. No he hablado con ningún dibujante que le tenga por debajo de genio.


Watterson creó la tira del niño y el tigre en 1985, y trabajaba con Universal Press Syndicate. El syndicate en EE.UU. es una especie de agencia de prensa que distribuye contenidos como columnas de opinión, cómics o pasatiempos a periódicos de todo el país. Una de las pegas de los syndicates es que tienden a uniformizar el formato de sus contenidos, para facilitar a los diarios la maquetación. Por ejemplo, especifican un tamaño único para las tiras diarias, al que han de ceñirse tanto Garfield como Peanuts. Para la tira de los domingos, que es más grande, las restricciones son aún mayores, porque algunos diarios le reservan un espacio en vertical, y otros, apaisado; unos con cabecera, otros sin; así que el formato ha de ser una historieta de ocho o nueve viñetas reposicionables en cuatro o tres filas, en que las dos primeras deben contener un título opcional, la siguiente cae en el formato vertical, etc.

Watterson creía que todas estas imposiciones limitaban su expresión artística, y un día de 1990 decidió unilateralmente que su tira dominical sería una página apaisada, dentro de cuyos márgenes haría lo que le diera la gana. Y si a los diarios no les gustaba, que dejaran de publicarle. Según cuenta Watterson en el prólogo de Páginas dominicales (B, 2001), Universal Press le apoyó y, pese a salir perdiendo con muchos diarios, consiguió lo que quería. Y gracias a esa decisión, pudo regalarnos obras maestras como estas:

 



Y ahora, flash forward... bueno, no; en realidad flash back a la España de la Brugueratroika.

En 1975, Juan López "Jan" (Toral de los Vados, 1939) hace debutar en Bruguera a Superlópez, creado dos años antes para la editorial Euridis. El decimotercer álbum Olé del personaje, El génesis de Superlópez (B, 1989), recoge muestras de esa época. Cuesta reconocer el dibujo expansivo de Jan encarcelado en páginas autoconclusivas de cinco filas por página, desarrollando las viejas tramas predecibles de la escuela Bruguera. Según Antonio Martín en el mismo prólogo del Génesis, Jan se negó a hacer esos guiones, que recayeron sobre Conti o Francisco Pérez Navarro "Efepé" (Barcelona, 1953), y otras fuentes que he leído indirectamente hablan de enfrentamiento entre Jan y el entonces director de Bruguera, Rafael González. No hace falta especular; convengamos, sencillamente, en que Jan se siente disconforme. Como si alguien estuviera limitando su expresión artística. ¿Empezáis a ver adónde voy a parar?

Y encima, sexista y pro-zoológicos.
Todo mal.

1979: Rafael González se ha jubilado. No sé hasta qué punto influye eso en la decisión de Jan de volver a llevar a Superlópez a Bruguera, pero así lo hace. Y su nueva propuesta incluye entregas más largas, con color manual, y guiones fantásticos y llenos de slapstick hilarante, cortesía de Pérez Navarro, que ha visto que el personaje tenía más que ofrecer.

Propuesta aceptada: aparecen las primeras historietas autoconclusivas (8 páginas) en Mortadelo Especial. Pero pronto Pérez Navarro se embarca en historias largas episódicas. Y llega El Supergrupo (1980). Y Todos contra uno, uno contra todos (1980). Para muchos (y muy amigos míos), la cima del personaje y del dibujante.



Un juicio un poco injusto, lo de la cima, porque inmediatamente después, Jan toma las riendas de los guiones y hace Los Alienígenas (1981). Y El señor de los chupetes (1981). Y La semana más larga (1981). Y Los Cabecícubos (1984). Y La caja de Pandora (1985). Y en cada una de estas historias, va resquebrajando más los moldes gráficos de Bruguera, pasando la mano por la cara a todos los demás autores de la casa. Sean de relleno o titulares.

Abrir un Mortadelo Especial por la página de Superlópez es para caerse de espaldas ante la explosión de color...


...la minuciosidad de cada tornillo...



...el despiporre argumental.


Bruguera publicó más de 300 álbumes en la colección Olé. Creo que los únicos que yo y mis colegas de El Jueves nos pondríamos de acuerdo en salvar de un incendio o de una mudanza son estos. No sé de qué otra manera describir lo increíblemente divertida e inspiradora que es la obra de Jan.


Pero ESTO NO ACABA AQUÍ. Y abomino de las mayúsculas, pero las voy a usar ahora.

Resulta que Jan es tan bueno que consigue lo que en la historia de Bruguera sólo han conseguido Ibáñez y Escobar: pasar de autor de relleno a tener revista con su propia cabecera.


Desgraciadamente, esto llega en 1985, en los últimos estertores del Imperio Bruguera. Y la revista aguanta tres números. La historia que serializaba, La gran superproducción, se termina directamente en álbum, el último de Bruguera antes de bajar la persiana. Y entonces llega B y todo eso que ya hemos contado.

Pero alguien en Ediciones B sigue creyendo en la cabecera; ve que Jan es un artistazo que tiene que comer aparte. Y en vez de meterle de relleno en su Mortadelo de marca blanca, le dan una nueva revista, en 1987. Y en ella empieza Viaje al centro de la Tierra.


Es en esta aventura exactamente donde muchos críticos denuncian el principio de la debacle, los primeros "síntomas de la enfermedad que acabará con la serie". Y aquí es donde me pongo serio. Porque si secuencias como esta:


...o esta:


...o esta:


...viniendo de la "escuela" del plano sin perspectiva y el fondo bosquejado, a alguien le parecen síntomas de una enfermedad, se puede ir al puto infierno de los nostálgicos en su cinicomóvil.


Sí, Superlópez cambia. De álbum en álbum. Algo ciertamente insólito cuando el referente vitalicio es Ibáñez, cuyos cambios de estilo se miden en periodos de diez superhumores, pero así es Jan. Aunque en nivel de detallismo toca techo en Viaje al centro de la Tierra, sigue desbordándose gráficamente en los siguientes álbumes, con una gestualidad apabullante y líneas cinéticas delirantes, haciendo viñetas más grandes para montarlas en composiciones de página locamente dinámicas que ningún otro autor de su escuela sueña. Para el lector infantil de Mortadelos, ver este Superlópez es como descubrir tres dimensiones adicionales. Pobladas, además, de petisos y otros animalitos. :_)



Y claro, los guiones cambian también, porque a Jan le apetece contar otras cosas, muchas y muy diversas, que sólo un filisteo puede meter en el mismo saco etiquetado como "Superlópez malo". Ahora, un viaje tintinesco en En el país de los juegos (1988). Ahora, una historia tierna starring Martha Hólmez en El asombro del robot (1989). Ahora, un loquísimo "Escoge tu propia aventura" en Los petisos carambanales (1989). Ahora —sí, ¿qué pasa?—, un mensaje antidroga a los jóvenes en Un camello subió a un tranvía en Grenoble y el tranvía le está mordiendo la pierna (1991). Porque a Jan le preocupan los jóvenes. Le preocupa que os endroguéis y vayáis a fiestas de punkis treintañeros y acabéis haciendo revistas que son fanzines con ínfulas en las que habláis de cuando Superlópez molaba. Mal, chicos, mal. Decid "naranjas".

Y por cierto, sólo en el título de ese álbum tan denostado Jan ya nos recuerda que tiene él más personalidad que todo Ediciones B. ¿Alguien imagina a Ibáñez diciendo a su director "mi próximo largo tendrá un título de dieciséis palabras"? No. El próximo largo de Ibáñez se titula La bombilla, ¡chao, chiquilla! Y los profesores de la escuela Bruguera ríen en sus tumbas.


La revista Superlópez se despide tras 55 números, al terminar Los cerditos de Camprodón (1990). Los siguientes largos se serializaron en Yo y Yo, y finalmente en Super Mortadelo: Jan vuelve a ser autor de relleno.

Las revistas se extinguen en 1995, pero Jan sigue produciendo álbumes hasta hoy. Que yo sepa. El radio de acción de este blog y de mi fascinación no va más allá de esa fecha, pero procuro no volver la espalda a todo lo que se salga de una subjetiva "edad de oro": en casi todos los Superlópez hasta 1995 me pierdo a gusto, y hay varios aún posteriores que me gustan mucho.

Y no, no ha vuelto a haber una Caja de Pandora. Sé que muchos dibujantes en la posición de Jan harían La caja de Pandora una y otra vez; muchos críticos la harían; muchos fans la harían. Pero Jan no la vuelve a hacer, porque ya la hizo. Y eso, eso exactamente, es un síntoma de genialidad. No de enfermedad. Superlópez lo dijo mejor que yo en Cachabolik Blues Rock.

Fun fact: Jan dibujó troquelables de Heidi para Bruguera en los 70.


Bill Watterson se cansó del cómic en 1995. Ahora pinta y hace música y ha pedido a sus agentes que no le envíen más fan mail de Calvin & Hobbes. Jan no fue tan drástico; no dejó Superlópez, pero dejó La caja de Pandora para perseguir otros intereses. Y si tu reacción a esto es "pues ojalá hubiera dejado a Superlópez del todo, para no empañar mis recuerdos de su buena época", eres una rémora inmovilista como los que se oponen a nuevas versiones de Cazafantasmas conflictivamente distintas a la que les gustó de niños.

Superlópez no es nuestro patrimonio, nos guste o no. Nosotros sólo lo comprábamos y leíamos en horas; Jan lo escribe y dibuja en meses. Por no mencionar que comparte nombre y apellido con él. Es su personaje. Y se lo llevó consigo en pos de nuevas aventuras.


*

Muchos ex alumnos de Bruguera son críticos con la difunta editorial. Le reprochan el humor formulaico, el desprecio al artista y la escasa innovación. Cabe preguntarse, sin embargo, si con B las cosas mejoraron o no. Yo, viendo mi colección, creo que no mucho. Sí, llegó sangre nueva, a la que he colmado y colmaré de elogios en este blog, pero la línea editorial avanzó poquísimo, en diseño y en contenido. Todos los dibujantes de las revistas de B a finales de los 80 pasan por el mismo cedazo: viñetas ortogonales, color mecánico, cero perspectivas, cero trama. Y del respeto por el artista baste decir que la historieta de Mortadelo la firmó un "Equipo B" durante dos años.

El único que desafiaba ese patrón, el único que se sale de la cuadrícula y de la página, es Jan. No sé muy bien por qué a él se lo permiten, pero las cosas como sean: gracias por permitírselo. Él es el que no pasa por el embudo; es el que desafía las imposiciones, y se lo consienten; es el que hace los cómics que quiere, pagando el precio: pierde público, pero no empeño. Él es quien nos enseña que vayamos a nuestra bola.

Ese es Jan. Nuestro Bill Watterson.